Laura Martínez-Carrasco, Universidad Miguel Hernández y Margarita Brugarolas, Universidad Miguel Hernández
La incursión en nuestras vidas de la COVID-19 y el estado de alarma que se decretó en marzo de 2020 fue un varapalo que nos cogió a todos desprevenidos.
El sector primario (agricultores y ganaderos) se encontraba en aquel momento sumido en unas movilizaciones para reivindicar precios justos a lo largo de la cadena alimentaria. Sin embargo, de la noche a la mañana, retiraron sus tractores de las calles para responder a la mayor presión que había experimentado la cadena agroalimentaria en las últimas décadas.
Los consumidores, por su parte, respondieron al estado de alarma, primero con compras de pánico, haciendo acopio de alimentos básicos no perecederos. Pasaron después a adquirir productos más vinculados al ocio, como snacks, bebidas alcohólicas o productos de repostería (harina y levadura).
Algunos estudios, como el llevado a cabo por la consultora Kantar, pusieron de manifiesto que las compras de productos de gran consumo se incrementaron un 21 % en la semana de la declaración del estado de alarma.
Otros trabajos, como el de Pérez-Rodrigo et al. (2020) analizan estos y otros cambios en los hábitos alimentarios durante el confinamiento.
En todo este tiempo, la cadena alimentaria ha respondido de forma ejemplar. Ha demostrado un perfecto engranaje de todos sus actores, desde agricultores y ganaderos hasta el personal de venta de los supermercados, pasando por el sector industrial y la logística de la distribución.
Precios de los alimentos en el estado de alarma
Pero ¿qué ha pasado con los precios de los alimentos durante todo este tiempo? La teoría económica nos dice que la formación de precios se produce por interacción entre la oferta y la demanda, por lo que los movimientos antes descritos no han podido dejar indiferentes a los precios.
Así lo ponen de manifiesto los datos recogidos por el Instituto Nacional de Estadística, que está estudiando en detalle la cesta de la compra de los españoles en esta situación. Para ello ha creado un grupo especial de bienes, a los que ha denominado Grupo especial bienes COVID-19, que incluye, entre otros, los productos de alimentación y bebidas.
Según estos datos, en abril, los precios de los alimentos frescos subieron un 2,6 % respecto a marzo y los alimentos envasados un 0,7 %. El mayor incremento de precios lo registraron las legumbres y hortalizas frescas, con una tasa de variación mensual del 10,4 %, seguido del marisco fresco (tasa mensual del 3,5 %), el pescado fresco (+2,7 %) y las patatas (+2,6 %).
Por el contrario, los precios de la carne de ovino descendieron en este período un 2,1 %. Entre los alimentos envasados, destacan las subidas de precios de la pizza (+3,6 %) y las pastas alimenticias y los zumos de frutas (+2,5 %).
Sin embargo, tanto en mayo como en junio, los precios de los alimentos frescos descendieron un 0,4 % y un 0,3 % respecto al mes anterior, lo que puede ser un indicio de la estabilización del mercado. Por su parte, el precio de los alimentos envasados siguió subiendo un 0,2 % en mayo respecto al mes anterior. Sin embargo, en junio se ha registrado un descenso de un 0,3 %.
Aunque es pronto para pronosticar lo que ocurrirá en los próximos meses, máxime ante la incertidumbre de la evolución de la COVID-19, parece que la mayor subida experimentada en abril tendería a estabilizarse.
¿Cuál es la causa de estos movimientos?
Algunas voces del sector primario achacan las causas de estas subidas de precios a movimientos especulativos, pero desde el sector de la distribución aseguran que se tratan de subidas puntuales, especialmente en las categorías de frutas y verduras. Descartan que haya cualquier tipo de especulación en la cadena alimentaria o que se esté jugando con los márgenes.
El descenso en la producción de algunos alimentos frescos como las frutas de hueso y/o la falta de mano de obra para la recogida de las cosechas también puede estar detrás de este encarecimiento de los precios.
La demanda de alimentos en los hogares
Diversos expertos apuntan a dos tendencias en cuanto a la demanda de alimentos, tendencias que tendrán su repercusión en la configuración de los precios.
Por un lado, se observa una creciente preocupación por la seguridad alimentaria que originará un segmento demandante de productos prémium. Según un informe de la Asociación de Fabricantes y Distribuidores (AECOC), el 59 % de los españoles comprará más productos de proximidad, el 51 % comerá más saludable y el 10 % adquirirá más productos prémium. Estos productos podrán alcanzar un precio elevado por el valor añadido que representan.
Por otro lado, la inminente crisis económica traerá consigo un sector demandante de ayuda alimentaria y de productos básicos a precios muy bajos. El informe de la AECOC revela que el 23,3 % de los consumidores ha aumentado la compra de productos de marca de distribuidor.
La realidad es que estamos ante un futuro incierto, en el que prever los escenarios futuros es muy complicado. Sin embargo, todo parece indicar que, en un hipotético caso de regreso al confinamiento, el sector alimentario estaría más y mejor preparado para responder a la crisis de lo que lo estuvo. Por otra parte, su buen funcionamiento ha mejorado la confianza de los consumidores, por lo que difícilmente se producirán situaciones de desabastecimiento.
En cualquier caso, la crisis económica a la que esta pandemia nos está conduciendo puede ser un factor determinante en la demanda de los productos, por lo que deberemos estar preparados para nuevos movimientos en los precios de los alimentos.
Laura Martínez-Carrasco, Titular de Universidad. Economía, Sociología y Política Agraria. Marketing agroalimentario, Universidad Miguel Hernández y Margarita Brugarolas, Catedrática de Escuela Universitaria en el área de Economía Agroambiental, Universidad Miguel Hernández
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.